Acá les comparto un pequeño cuento o historia que escribí en el año 2012; espero que les guste.
Cuervo
El señor Adrián Nightway era el dueño de
esa criatura que cuenta historias a los niños antes de dormir y les provoca
pesadillas para que no se atrevan a acercarse a su territorio: la casa que
parece vacía, pero que en realidad no lo está.
Los adultos, incapaces de dar una
explicación lógica y racional, dicen que el señor Adrián no es más que un loco
enfurecido. Pero los niños, que aún no han perdido la chispa que les permite
ver la magia, hablan de él con susurros y los ojos estrechos.
La mañana del 27 de febrero de 1922 en
Londres, se reportó un caso muy particular. Un niño de a penas seis años se
había arrancado los ojos a mitad de la noche gritando despavoridamente:
¨¡Cuervo!¨.
La muerte del menor se tomó como un caso
aislado de locura o algún tipo de padecimiento mental extraño que nunca antes
se había visto.
Fue durante la semana siguiente a este
incidente que me mudé a Londres, esperando poder estudiar mi carrera
universitaria y graduarme lo más pronto posible, pues el dinero es un medio del
cual siempre tuve carencia.
En aquellos días todavía creía que con
sólo graduarme tendría el mundo en mis manos. Así pasé un año que enfoqué
únicamente en mis estudios, pero esto no evitaba que escuchara las pequeñas
voces susurrantes de los niños que no paraban de hablar del ¨Cuervo¨ que era
protagonista de todas sus pesadillas. De esas que provocan tanto miedo que no
te atreves ni a levantarte de la cama al despertar.
¨La curiosidad mató al gato¨ o eso me
decían cuando era menor. No es que importe mucho ahora… Tampoco importó en aquel
momento.
Lo primero que hice para investigar fue
entrar a un bar de mala muerte que se encontraba a un par de calles de la casa
del señor Adrián, me acerqué al barman y le pedí un bourbon. No pasó mucho para
que un viejo borracho se me acercara y me preguntara si me había perdido, a lo
que respondí un seco ¨No¨ y me volví hacia otro lado. Sin volverlo a mirar le
pregunté qué sabía sobre el señor Adrián. Su ladrido de risa me confirmó que
sabía de quién hablaba. Se burló de mí un rato, alegando que me había creído la
historia de los niños del vecindario así que me reí también y le invité a un
trago.
Después de media hora de hablar
tonterías sin importancia, por fin estuvo lo suficiente borracho para contarme
lo que sabía.
Hace veinte años, aproximadamente, el
señor Adrián se mudó al vecindario. La casa, que ya estaba desgastada por el
paso del tiempo y la falta de un habitante, nunca se restauró, pero desde la
llegada de dicho personaje, la casa se avejentó aún más.
El señor Adrián no tiene amigos ni
allegados, nadie lo visita nunca y las compras las realiza una vieja ama de
llaves llamada Mary, por lo que jamás sale de casa.
El hombre borracho hipó y empezó a
hablar de un gato negro que lleva maullando en su ventana dos noches seguidas y
no le deja dormir. Cuando me aseguré que no diría nada más que me interesara,
me despedí y me fui sin escuchar su respuesta.
Mary era la clave para saber más al
respecto.
Al día siguiente, me dirigí al mercado,
donde estuve todo el día esperando, pero ninguna mujer rubia y canosa se presentó. Me dijeron
que Mary era una mujer robusta de facciones afiladas que nunca tenía expresión
alguna en su rostro, algunos decían que ella no era más que un ¨eco¨.
Al quinto día de estar ahí fue que pude
verla. Las señoras del mercado me la señalaron sin dudar y yo me acerqué para
poder verla mejor.
Mary era una mujer que tenía entre
cincuenta y muchos y sesenta y pocos años, de aspecto cansado, con profundas
ojeras en el rostro.
La seguí un rato, pero luego decidí que
sería mejor idea hablarle. La saludé fingiendo no saber quién era y quererla
conocer. Ella me sólo me miró, como si no pudiese entenderme y siguió su
camino.
Insistí, pero no me respondió.
Así que lo intenté de un modo más
directo y le dije que los niños hablaban mucho de su señor y que me parecía que
era un personaje de lo más peculiar. Se me acercó mucho, diría que estaba
invadiendo mi espacio personal, y me susurró en el oído con una voz gastada que
me mantuviera al margen. Y así, como si nada, siguió su camino.
No la seguí, el motivo es sencillo: me
había quedado en shock, no podía moverme, un miedo irracional me invadió por
dos cosas; la primera es obvia: lo que dijo parecía más una amenaza que un
consejo, y la segunda y más inquietante era el olor que esta mujer despedía, es
algo que no podría describir de ninguna manera, pero mis instintos me dijeron
lo que mi cerebro no entendió: que debía obedecer y alejarme.
Es curioso, pero todo esto sólo me causó
más interés…
Al día siguiente me encontré con algo
muy poco usual, había plumas negras, muy grandes, en la entrada de mi casa.
Recogí una y esta se convirtió en polvo, se deshizo con el viento, como si no
fuera más que cenizas.
Caminé despacio hasta llegar a la calle,
tenía una horrible sensación: alguien me estaba vigilando. Siguiendo una
corazonada, caminé frente a la casa del señor Adrián, y por un segundo, podría
jurar que alguien me estaba viendo desde la ventana superior. Pero todo pasó
tan rápido que bien podría haberlo imaginado.
Aunque eran más de las nueve a.m., la
calle se puso repentinamente fría, por una única ráfaga que traía consigo hojas
secas y más plumas hechas de ceniza.
Me alejé de ese lugar, dudando querer
saber más. Pasaron los días y lo días rápidamente se hicieron meses.
La verdad es que el miedo es un buen
recurso para alejar a los curiosos, ya no sabía qué hacer, si me acercaba
demasiado… No sé qué podría pasar.
Casi un año había pasado, cuando me
enteré por casualidad que el señor Adrián había muerto por causa de una embolia
cerebral.
Los motivos que me llevaron a los
siguientes sucesos no los tengo claros, era como estar en trance.
Caminé hasta la vieja casa del señor
Adrián y entré, puesto que la casa estaba abierta. No hay mucho que decir del
contenido del lugar, pues estaba prácticamente vacío, lo cual no era tan
extraño si consideramos que era un viejo solitario… Pero estaba tan sucio que
me preguntaba si era humanamente posible vivir en un lugar así. Me adentré un poco más y comencé a escuchar
el viento que hacía un sonido extraño al atravesar las ventanas; casi parecía
decir ¨vete¨, una y otra vez. Revisé las habitaciones una a una, algunas
estaban totalmente vacías y las arañas las habían convertido en cómodos
hogares, pero otras tenían un par de sillas. Lo que tenían en común era que
todas las ventanas estaban selladas y sin embargo, estaba ese olor y el viento
que entraba a presión.
Dejé su dormitorio para el final. En el
centro de esta habitación había una puerta muy diferente a las demás, con un
estilo muy refinado y además estaba limpia y pulcra, como ninguna otra cosa en
esta casa. Lo más extraño es que no parecía haber nada detrás de esta. Había
revisado la casa entera y podía asegurar que esa era la pared que delimitaba
esta casa. ¿Por qué habría una puerta?
Un escalofrío me recorrió la espalda y
sentí los huesos helados, quizá fue mi imaginación, pero hasta parecía que el
aire había dejado de fluir.
La abrí y la escena sórdida se
desarrolló frente a mis ojos.
Vi un ave de tamaño desproporcional,
negra, en medio de una habitación del mismo color, aunque más que una
habitación, parecía un universo, no le veía un fin debido a la falta de luz. En ella, flotaban objetos muy
diversos: muñecas rotas, madera, retazos de tela y… algo que parecía sangre, que además cubría al enorme animal.
No tuve tiempo ni de intentar gritar.
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-Mujica