domingo, 19 de octubre de 2014

Un soldadito de madera

¡La camioneta de mi papá baila como si estuviera construida para hacer tal cosa! ¡Es horrible, todos tan asustados! Estas cosas siempre pasan de inesperadas a traumáticas... ¡¿Y José?! ¡¿Quién sacó a Josecito de la cama?! Mamá, tranquila. Ya vi que Gabriel lo tiene. ¡Ja, ja, ja! ¡Ni siquiera se ha despertado!
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Cuando eran las 8:00 de la noche me encontraba hablando con Alejandra sobre la historia de las constituciones de El Salvador. Claro que no era mucho como una conversación, ya que se trataba de una nota de voz por WhatsApp cada cierto tiempo. Su voz denotaba tanta tranquilidad que me preguntaba si en serio estaba preocupada por el laboratorio que haríamos el día siguiente.
El caso es que estudiar no es lo mío: soy una haragana ejemplar y creo que procrastinar es una de las actividades que mejor se me dan; después de todo, aprendí a trabajar muy bien bajo presión. Pero, para qué negarlo: estaba muy nerviosa por el laboratorio de Constitucional al día siguiente. Y eso que había pasado estudiando desde hacía varios días y me sabía de memoria varios datos que consideraba, eran importantes. Lo interesante del estudio es que, muchas veces, no aprendo lo que me piden que aprenda, sino lo que me parece más interesante a mí. O sea, de pronto encuentro algo que me llama la atención y me emociono de llevar la carrera que llevo. Pero no me malinterpreten, sigo siendo bien haragana.
Para cuando se hicieron las 9:00 pm ya me sentía algo adormitada, así que fui a la cocina, llené una botella de un litro de agua y me propuse tomármela toda. No sé por qué eso siempre me quita el sueño. Podría ser porque luego tengo que ir al baño mil veces después o simplemente porque me convenzo de que tomar agua me hará despertar. No sé; no es algo verdaderamente importante. La onda es que me la tomé.
Solo para que vean lo mal que se me da estudiar: por momentos me quedaba mirando mi pared, así tipo ida. Pasaba del verde de la parte de abajo, hasta el lado blanco de arriba. Estaba ya bien aburrida de releer la misma información; así que me puse, solo un rato, a leer. Había tomado de mi librera un libro aleatorio, en una página cualquiera para distraerme. En eso estaba cuando vi que eran las 9:32 pm en el celular. ¿Que cómo lo sé con tal certeza? Pues Dios bendiga la tecnología, porque Alejandra me había mandado una nota de voz en ese preciso momento. Hablé con ella un ratito más mientras seguía leyendo mi cuadernito, y el último mensaje que le mandé fue a las 9:47 pm.
Por alguna razón que todavía no entiendo, en ese momento me levanté del escritorio, me estiré y me fui a sentar a la cama para tomarme una pastilla que tengo siempre en mi mesita de noche. Algo muy mundano y que hago todas las noches, o eso creí, porque una vez me la hube tomado se dieron las 9:50 pm y volví mi rostro hacia arriba. Fijé mi mirada en un soldadito de madera que tengo colgado de un hilo en la barra que sostiene la cortina. Está formado por tres pelotas que van de la más grande a la más pequeña: la más grande es azul, la siguiente es naranja y tiene dos pelotitas más pequeñas pegadas para simular los brazos. Por último está la más pequeña, con una carita feliz dibujada en ella. Lo miré despacio. Y de pronto, sentí algo raro, como si la cama se moviera y noté que el soldadito empezaba a mecerse.
Para qué les digo, yo cuando tiembla suelo mantener la calma. Y es que sucede tan a menudo. Pero, pasados un par de segundos decidí salir de mi cuarto. Cuando llegué a la puerta estaba temblando más fuerte y me asusté, porque mi puerta estaba con llave. Me pasó eso tan raro que me acordé, en lo que dura un respiro, de esas veces que me habían dicho de alguien que había muerto porque la puerta se entrampó por ese hábito de poner llave. Pero quitar llave no me costó nada más que el susto. Vi a mi hermano mayor, Gabriel, levantándose del sillón y dijimos, casi al mismo tiempo: “Está temblando”.
De ahí fue un borrón. Yo salí de la casa con mis papás por la puerta trasera, mientras que mis hermanos lo hicieron por la principal. Y un segundo después Ceci estaba a mi lado. Todos nos miramos como buscando una explicación a lo que estaba pasando. En eso, vi el carro de mi papá bailando y un güisquil cayendo cerca. Mi mamá se puso como histérica (ella sí que no sabe lidiar con sus nervios). Estaba preguntando a gritos por mi hermanito hasta que hablé lo suficientemente fuerte como para que me oyera que estaba con mi hermano mayor.
Cuando el movimiento se detuvo me di la ocasión de mirarlos a todos: mamá con las manos en el pecho, papá en bóxer y una cobija, Cecy con crema en la cara y yo con mi pijama rota. *Jum…*, me he visto mejor. Claro que mi mamá encontró voluntad para regañarme por estar descalza y mi papá para burlarse de mi pijama rota. En eso llega Gabriel, cargando a mi hermanito como si fuera un costal de papas. Quiero enfatizar en esto porque el niño no se había dignado a despertarse.

Pasado un momento nos fuimos todos al cuarto de mis papás a ver las noticias, lo cual fue tedioso porque solo en un canal decían algo al respecto. ¡Ah! Pero Dios bendiga Twitter.  Ahí se leía de todo. En serio. Deberían hacerse una cuenta solo para este tipo de ocasiones. Y es que hay tweets de todo tipo: desde el tweet el maje que pone que está temblando en lugar de ponerse a salvo, hasta los que se estrujan el cerebro por hacer un buen chiste de la situación. Por otro lado, por supuesto, están las noticias minuto a minuto en las que se podía leer todo lo relacionado al sismo.


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-Mujica